Friday, December 26, 2008

The Story of a Heroic Liberation, or another Frustrated Kidnapping

Greetings to all of you, from Bogotá, in this holiday season!

I hope you have had some time to share special moments with family and friends over the last several days, and have been able to reflect on the year that has past us by so quickly, with all its moments of triumph and difficulties, advances and setbacks, joys and tragedies. I send you warm regards and positive energies for the new year, and hope all of you confront the challenges before you with the vigor, energy and enthusiasm that has been so necessary for all of us over the last 12 months.

In this spirit,
I am sending you the inspiring testimony from the ACIN's Communication Team of the kidnapping by FARC of seven Nasa activists in Jambaló, Cauca, last November 26th (one month ago today). You may recall some of my earlier posts about this story. This is a story that must be shared far and wide, and is evidence once more of a people that will not bow down to the intransigence of a belligerent few, be they so-called legitimate actors financed by the powerful forces up north, or misdirected insurgents who are stuck on a false understanding of what revolutionary transformation is supposed to be about. In this story one finds the true revolutionaries, the truly democratic forces.

In the coming days, if my time permits, I will attempt to translate this message into English for those of you who do not read Spanish. For now, enjoy this message!

Peace,

MAMA

Crónica de una Liberación o de otro Secuestro Frustrado
12/23/2008
Autor: Tejido de Comunicación ACIN

En ese momento me sentí más orgullosa de ser Nasa, de ver la dignidad de mi pueblo y la resistencia que se camina no sólo desde la palabra, sino desde la acción, porque esa es la huella que nos han dejado nuestros mayores y es el camino que debemos seguir los pueblos y procesos que creemos en la libertad para construir otro mundo posible y necesario.

Los invitamos a leer la crónica del secuestro de los 7 funcionarios públicos realizado el pasado 26 de noviembre en Jambaló Cauca. La crónica está escrita en primera persona y está basada en el testimonio que dio una de las mujeres liberadas al Tejido de Comunicación y Relaciones Externas para la Verdad y la Vida-ACIN.

Era una tarde pesada. El frío que se sentía en Jambaló era más intenso que de costumbre, yo estaba en la oficina tratando de terminar de hacer los cheques de toda la nómina de la Alcaldía para poderme ir para Santander de Quilichao, ese miércoles 26 de noviembre que ocurrieron los hechos.

Estaba azarada porque pensé que no iba a terminar, a pesar de que había madrugado a adelantar trabajo. Mi preocupación era porque al día siguiente tenía una cita en Cali con el cirujano. A las 11:30 ya había dejado listos todos los cheques y estaba dispuesta a viajar. Estuve buscando transporte, pero no encontré. Afortunadamente doña Emilse Collo y don Edwin Embús –funcionarios públicos de la Alcaldía- iban para Popayán y ofrecieron llevarme. Entonces no me preocupé más por el transporte, pero me tocó esperar desde antes del medio día hasta las 5:00 p.m, mientras ellos terminaban sus labores para poderme ir. A esa hora ya estábamos todos montados en la camioneta y salimos de Jambaló por la vía que conduce a Silvia Cauca.

Éramos 5 los que acompañábamos a la pareja Collo Embús. Hammer Cuellar profesional de apoyo, Eumenia Orozco contadora, Dora Yeny Bolaños jefe de presupuesto, Luisa Fernanda Fraile tallerista de Corpoeducar y yo que soy la tesorera de la Alcaldía. Íbamos muy contentos y como siempre bromeando entre nosotros, en especial Hammer, el más joven de todos.

Habían pasado unos 15 minutos de recorrido, cuando entre risas escuchamos a don Edwin que dijo: Hijueputa la Guerrilla! Y disminuyó la velocidad. Yo de una miré para adelante, alcancé a ver unas piedras grandes en la carretera que no nos dejaban pasar y a varios hombres armados que se aproximaban hacia nosotros. Eran cuatro hombres vestidos con trajes de policía y estaban encapuchados. Tres de ellos tenían armas de corto alcance y uno portaba un fusil. Todos nos apuntaban de lado a lado.
-Necesitamos que nos lleven hasta más arriba!, asintió uno de los hombres en tono fuerte.
- Pero el cupo va lleno!, advirtió don Edwin con tono pausado.
- Se podrían ir en la parte de atrás!, les dije yo, en medio del susto de ese momento.
- ¿Saben qué?
, bájense y váyanse ustedes atrás!, ordenó el hombre y los demás procedieron a bajarnos del carro, nos quitaron los celulares, nos metieron en la parte de atrás y aseguraron la carpa.

Yo fui la última en bajarme de la camioneta. Cuando volteé a mirar hacia atrás doña Emilse venía con nosotros. En ese momento uno de los hombres le dijo que ella se podía quedar adelante, al igual que don Edwin. Se subieron los encapuchados y tomaron control de vehículo. Adelante uno manejaba y otro lo acompañaba y en la otra cabina iban don Edwin y doña Emilse con un hombre a cada lado. Nosotros nos quedamos sin palabras, sólo nos mirábamos unos a otros, mientras nos acurrucábamos en la parte de atrás. El carro arrancó a toda velocidad. Yo intentaba ver el paisaje entre los huecos de la carpa, pero la neblina que empezó a bajar me impedía saber por dónde íbamos.

Había pasado un largo rato de trayecto, a nosotros el silencio todavía nos tenía atrapados y a veces las miradas de temor se cruzaban. Los rostros empalidecidos seguían inclinados hacia abajo. Nos sorprendió que la camioneta frenara. Todos levantamos el rostro al sentir que se bajó uno de los hombres, abrió la carpa y nos dijo: Entreguen los celulares si quieren seguir vivos!
Le dije a este hombre que ya los habíamos entregado todos y él me esculcó el bolso. Afortunadamente no encontró nada
-Con el que tenga un celular no respondemos, porque aquí nos morimos todos. Más adelante los vamos a requisar y si les llegamos a encontrar algo, no respondemos!, replicó el hombre, cerró la carpa y se montó en el carro.

Yo estaba tranquila en comparación a los demás, que en ese momento se vieron más angustiados.
- Prima yo no entregué mi celular- en medio del susto le dijo Hammer a Dora Yeny
-¿Cómo así?, ¿Usted porqué no lo entregó?, le preguntó muy enojada
-Yo no escuché cuando los pidieron, ¿usted no vio que fui el primero en bajarme?, respondió el joven más nervioso que antes.
-¿Entonces porqué no lo entregó ahora que se lo pidieron?, continúo regañándolo su prima
-No lo hice porque me dio miedo, pero ya lo voy a botar- contestó desesperado
-No lo vaya a botar que lo pueden ver por el retrovisor- finalizó Dora Yeny.

El silencio nos volvió a invadir. No sé porqué me acordé que yo tenía otro celular viejito, metí la mano a mi bolso y lo encontré. Allí si me empecé a poner nerviosa, pues ya había escuchado la advertencia de esos hombres y no imaginaba lo que iba a pasar con nosotros si nos requisaban y encontraban los celulares. Empecé a buscarle escondedero sin tener éxito.
-Yo también tengo otro celular!- le susurré a Hammer al oído.
-Luzma también tiene un celular!- les dijo a todos
-¿Y ahora qué vamos a hacer?- preguntaron todos a punto de colapsar.

Empezó a oscurecer. Yo me las ingenié como pude, saqué la mano despacito y solté el celular apuntando a que cayera a la mitad de la carretera. Tenía miedo en ese momento, porque ellos nos podían ver por el retrovisor.
-Yo ya boté mi celular, le dije a Hammer
-Doña Luzma, por qué no me dijo para que hubiera botado el mío
-Ahora me lo pasa y apenas tenga la posibilidad lo boto- le dije para tranquilizarlo.
Al rato me pasó su celular. Yo lo tomé con cuidado, intenté botarlo y cuando ya estaba a punto de soltarlo, el carro frenó. Metí mi mano de una. Dos de los que iban adelante se bajaron a mirar las llantas de la camioneta y volvieron a arrancar. Apenas arrancaron, yo tiré el celular.

Íbamos muy rápido y ya no podía ver nada porque estaba nublado, hacía mucho frío y no teníamos ni idea hacia donde nos llevaban. La camioneta se quedó pegada en el barro varias veces. Llegamos donde había un derrumbe, allí nos hicieron bajar a todos. A don Edwin le ordenaron conducir mientras salía la camioneta del barro y a Hammer empujarla. Nosotras seguimos adelante vigiladas por el hombre que portaba el fusil, mientras los otros trataban de salir del derrumbe.

-Ojalá nos quedemos aquí pegados y no podamos avanzar más, pensaba don Edwin mientras aceleraba el carro bajo órdenes de los encapuchados. Al fin lograron sacar la camioneta, nos volvimos a montar y seguimos el camino.
Había pasado por lo menos media hora más, cuando disminuyeron la velocidad.
-Yo creo que nos llevan para el Huila!, susurró Hammer.
Yo miré por los huequitos y les dije que me parecía que íbamos pasando por Pioyá, porque alcancé a ver unas luces que me trajeron recuerdos de una vez que pasé por ese Resguardo. Al pasar ese caserío, aumentaron drásticamente la velocidad.
Los sobresaltos de la camioneta eran muy fuertes y claro, atrás se sentían peor. Era evidente el mal estado de la carretera. Yo iba muy incómoda y empezaba a sentir un calambre en el costado izquierdo, pues hacía tres semanas me habían hecho una cirugía. Yo solamente me encomendaba al alma de mi mamá para que no nos pasara nada y los demás le rezaban a cada santo de su devoción.

Cerca de las 7:30 p.m. llegamos a una casa. –Aquí hay una tienda, si quieren bajarse a comprar mecato, pueden hacerlo!. En ese instante, todos nos disponíamos a bajarnos, cuando escuchamos una voz fuerte que ordenó que solo se bajara uno y los demás debíamos permanecer allí, entonces se bajó Hammer a comprar mecato para todos.
Yo tenía ganas de orinar, le dije a uno de los hombres que nos dejara bajar. Era un joven con rasgos indígenas de unos 17 años aproximadamente, delgado y de mediana estatura. Él no me contestó, permaneció callado así como lo había hecho durante todo el trayecto, pero como yo tenía tantas ganas de orinar me fui cerca de un montecito con la funcionaria de Ministerio de Educación, allí orinamos y hablamos muy poco. Cuando salimos, vimos que un hombre salió casi del mismo lugar donde estábamos, nos asustamos un poco.

En la camioneta estaba doña Emilse, me acerqué y le dije que si quería orinar, ella tenía muchas ganas pero se las quería aguantar por el miedo que tenía. La convencí y así la acompañé a orinar. Al regresar a la camioneta le dijeron a la pareja Embús Collo que tenían que acompañarlos y que a nosotros nos devolvían para esperar el amanecer en otro sitio y encontrarnos todos a las 7:00 a.m para continuar el camino. Nos volvieron a montar atrás, pero esta vez dejaron a Hammer que se fuera adelante con el hombre que iba manejando. Cuando la camioneta arrancó yo no quise mirar atrás, porque el corazón se me encogió de solo saber que nos separaban y no sabíamos si nos volveríamos a ver.

-Si alguien nos para le dice que venimos de una reunión, le ordenó el hombre a Hammer.
-Mire, hay una señora que está recién operada, ¿será que la podemos pasar para adelante?, le preguntó el joven al conductor.
-No se preocupe que ya vamos a llegar. La vuelta se calentó y nos estamos devolviendo! Le respondió el bandido.
-Por favor no vaya tan rápido que yo tengo una hija, le decía Hammer en repetidas ocasiones al hombre.

No habían pasado 20 minutos cuando escuché el ruido de dos motos, alcancé a ver que dos hombres levantaban la mano para que el carro parara, le pegué fuerte al vidrio y le gritaba que parara. El avanzó dejando atrás a las motos, más adelante frenó de una y apagó la luz. –Muchachas, nos dejaron aquí tiradas- gritó Hammer, abrió la carpa y se metió allí con nosotros. Hammer no dejaba de temblar y todos quedamos nuevamente en silencio.

Llegaron los hombres de las motos.
-¿Ustedes quienes son, de dónde vienen?, preguntó uno de ellos
Nosotros estábamos inmóviles y mudos
Nos preguntaron dos veces, pero nosotros teníamos miedo de responder, estábamos con los oídos tapados y sólo esperábamos que empezaran a disparar.
-¿Ustedes son de Jambaló?, preguntó otro hombre y allí sentí que volvimos a vivir.
-Si. Nosotros somos de Jambaló, respondí de inmediato
-Nosotros somos del Cabildo y venimos a rescatarlos, replicó uno de los hombres

Cuando escuché que eran del Cabildo, sentí mucha tranquilidad y confianza. Mientras salíamos de allí escuchaba gritos fuertes, voces de mujeres, de niños, de jóvenes y de ancianos que hablaban en Nasayuwe. Sentí que se venía como una ola de gente sobre nosotros.
-¿El Chofer dónde está?, preguntó un guardia indígena
-El Chofer desapareció, a nosotros nos trajeron hasta aquí y no sabemos para dónde nos llevaban, respondió Hammer
-Si son de Jambaló por favor identifíquense, nos replicó de nuevo, mientras susurraba que esto podía ser una coartada de los bandidos o que uno de ellos podría estar allí, porque era muy raro que el chofer no estuviera. Entonces mostré el carnet.
Los demás compañeros no paraban de llorar, tenían los nervios de punta. En ese momento llegó una mujer con una tina pequeña de agua panela caliente con limoncillo para ofrecernos.

Nos bajamos y empezó a llegar mucha gente, eran por lo menos unas 400 personas las que nos rodeaban, nos miraban de arriba abajo y muchos nos decían que nos tranquilizáramos que nos iban a llevar a la sede del Cabildo de Pioyá. Allí la gente que llegó organizó dos comisiones, una para llevarnos de regreso al Cabildo y otras para ir tras la pareja Collo Embús que esos hombres se habían llevado montaña arriba.
-Doña Emilse y don Edwin no deben ir tan lejos, porque hace poco nos separaron y ellos tienen que ir cerca de la tienda, doña Emilse está enferma y no puede caminar tan rápido, le dije a la guardia que estaba allí. Mientras yo daba la información una de las compañeras que estaba muy afectada me advertía que no lo hiciera. Yo le dije que no desconfiara, porque eran del Cabildo y antes debíamos colaborar para que los encontraran pronto.

Yo que era la más tranquila y que ayudé a mantener la calma del grupo, me descompuse totalmente cuando en el camino me encontré con un compañero de Jambaló y me dijo: Gracias a Dios que está bien, no se preocupe doña Luzma que ya vienen en camino sus hijos. En ese instante sentí un gran nudo en la garganta y en el alma, porque pensé en lo que hubiera pasado con mi familia si la comunidad no nos hubiera rescatado. Solté en llanto y no me podía controlar, era tan duro pensar en ellos y más cuando imaginé cómo se sentirían las familias de los secuestrados que llevan años de cautiverio en comparación a lo que sentimos en tan sólo unas horas que perdí mi libertad.

Cerca de la media noche llegamos a la sede del Cabildo de Pioyá en compañía de comuneros y comuneras. Allá nos estaba esperando más gente, que nos daba la mano y se alegraba de sabernos sanos y salvos. No habían pasado 15 minutos, cuando llegaron mis tres hijos y mi excompañero ansiosos de verme. Me abrazaron fuertemente y nos sentamos a hablar de todo lo que había pasado. Media hora después nos informaron que el Cabildo y la Guardia Indígena estaban a punto de lograr el rescate de los compañeros.

Para mi fue muy conmovedor ver los gestos de solidaridad y unidad de la gente. Porque no sólo fueron los guardias indígenas los que salieron a nuestra búsqueda, sino toda la comunidad. Las mujeres y hombres mayores, las y los jóvenes y hasta los niños. Vi a varios niños entre 7 y 9 años descalzos, con los pies llenos de barro, con los pantalones remangados, su camisa bien puesta, su capisayo (chaleco elaborado con lana de oveja) y su sombrero de paja. Hablaban en Nasayuwe y cada uno llevaba una cauchera, seguramente para la hora del rescate. En ese momento me sentí más orgullosa de ser Nasa, de ver la dignidad de mi pueblo y la resistencia que se camina no sólo desde la palabra, sino desde la acción, porque esa es la huella que nos han dejado nuestros mayores y es el camino que debemos seguir los pueblos y procesos que creemos en la libertad para construir otro mundo posible y necesario.

A las 12:30 nos dijeron que ya Emilse y Edwin estaban en manos del Cabildo, que los habían rescatado sanos y salvos y que los llevaban para la sede. Me sentí más tranquila, aunque desde que nos encontraron a nosotros ya sentía un gran alivio al saber que la guardia indígena y el Cabildo estaban al tanto de todo. Lo que en realidad me preocupaba era que los secuestradores fueran a tomar decisiones drásticas al ver fracasados sus planes.

Seguíamos esperando su llegada con la comunidad atenta a la comunicación que se hacía a través de los radioteléfonos, porque en Pioyá no hay líneas telefónicas y en algunas partes hay señal de celular, pero funciona esporádicamente.
Al fin a las 2:30 de la madrugada llegó la pareja resguardada por decenas de personas. Ellos al igual que nosotros, llegaron embarrados, sucios y muy asustados, pero en el fondo, tranquilos porque sabían que estaban en manos de las autoridades indígenas. A esa misma hora empezó la Asamblea con la gente allí presente.

“No entiendo el actuar de esa gente que dice estar con el pueblo. Bandidos que generan zozobra en nuestras comunidades
”, manifestó el Gobernador Indígena de Jambaló, Cauca, al empezar las intervenciones en la asamblea. La idea era hacer un informe de lo que había sucedido y decidir colectivamente lo que harían en la mañana. “Agradecerle a la comunidad de Pioyá, Pitayó, Munchique, La Aguada, Solapa, Chimicueto, El Epiro y La Ovejera que por su rápida y oportuna intervención, lograron la libertad de todos los funcionarios. Una vez más demostramos que nuestra lucha es por la paz y por vivir en armonía”, ratificó el Gobernador ante decenas de comuneros y comuneras que estaban allí presentes.

“En nombre de mis compañeros agradecemos la solidaridad, amistad y respaldo de ustedes”, fueron las únicas palabras que logró balbucear, Eumenia Orozco, en medio de las lágrimas y sollozos. “Llegaron los indios, llegó el cabildo, dejémoslos ir, dijeron los que nos tenían allí. Una comunidad unida es una fuerza. Que viva el Movimiento Indígena!”, complementó Edwin Embús.
Enseguida le dieron la palabra a las personas que participaron en el rescate para que informaran los hechos. “Un compañero del Colegio de Jambaló vio el carro parado en la vereda la Ovejera, le pareció sospechoso ver hombres vestidos de verde y se comunicó con nosotros. Averiguamos por donde habían visto el carro y así actuamos con el apoyo de la Guardia Indígena”, declaro el Alcalde Mayor del Cabildo de Pitayó.

“No estamos de acuerdo con esto. Nosotros llevamos del bulto, tenemos mala imagen por culpa de esas personas. Una vez más rechazamos estas fechorías en nuestro territorio, queremos vivir en paz.”
, señaló uno de los guardias indígenas. “Antes teníamos la tranquilidad de pasar en nuestros territorios. No se qué pretenden estos actores armados que son ajenos a nuestro proceso”, continúo Daniel Marino, secretario de Gobierno del municipio de Jambaló.

Todos esos testimonios y palabras del alma de una comunidad empobrecida pero digna y luchadora, se quedaron para siempre en mi memoria y en mi corazón, porque no es la primera vez que ocurre una cosa como éstas. Las comunidades siempre han defendido su posición de autonomía y por eso hemos perdido a muchos líderes como al compañero Cristóbal Secue, asesinado por las FARC en el 2001 y a cientos más desaparecidos, torturados y asesinados por la fuerza pública y los paramilitares.

“Los indígenas no estamos con la guerrilla, si estuviéramos con ellos no pasaría esto en la comunidad. Agradezco a la comunidad y a las mujeres que apoyaron todo esto. Cuando la comunidad se levanta no pueden hacer nada para pararnos. La agresión de los actores armados nos afecta, pero debemos trabajar y hacerle frente a la vida. Sin utilizar armas. La fuerza y el pensamiento es suficiente para que los actores armados entiendan que no queremos la guerra”
. Asintió otro comunero en la asamblea, mientras un joven indígena pidió la palabra para hacer su intervención.

“No somos terroristas, no somos narcotraficantes, no somos guerrilleros. Con estos indígenas no juega nadie, nosotros estamos vivos peleando contra todos los actores armados. Seguimos en pie de resistencia con la fortaleza que nos dan nuestros espíritus para seguir nuestro camino”
, vociferó el joven del Resguardo de Pioyá. “Agradecerle a la emisora de Pioyá que movilizó a toda la comunidad, nadie se quedó en la casa, todos salimos a colaborar guiándonos por la radio. Nosotros no reconocemos a nadie que ande con armas, nosotros somos las autoridades legítimas con nuestros bastones en este territorio.”, puntualizó otro comunero en Pioyá.

Por último decidieron que a las 9:00 de la mañana nos entregarían oficialmente a la Alcaldía de Jambaló y a las autoridades indígenas, en una audiencia pública. Para esto llamaron a los medios de comunicación y a las autoridades locales para que fueran testigos de este nuevo acto de resistencia pacífica y de conciencia colectiva en Pioyá. Puesto que como ellos mismos dijeron, no es la primera vez que actúan de esta manera. Ya antes se habían presentado casos como el rescate del ciudadano suizo, el rescate del helicóptero con sus tripulantes, el retiro de minas antipersona del territorio, la erradicación de cultivos ilícitos y ahora el rescate de nosotros.

Todas éstas muestras fehacientes de claridad política, de posición de autonomía, de unidad, de solidaridad y de oposición contundente a la lucha armada, así como lo aseguraron las autoridades indígenas de Pitayó, Jambaló y Pioyá en comunicado abierto a la opinión pública que ratificaba su rechazo total tanto a la fuerza pública que fabrica falsos positivos contra el pueblo como a las Farc que dicen estar con el pueblo, mientras secuestran al mismo pueblo. Al terminar la audiencia regresamos a Jambaló para que los The Walas nos armonizaran el cuerpo para poder regresar más tranquilos y seguros a nuestros hogares.

Leer texto de captura y remedio aplicado a los secuestradores.

Sentencia: la justicia de los pueblos para un nuevo país
http://www.nasaacin.org/noticias.htm?x=9280

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